Publicado en Los Ingrávidos El cine ya no es un vehículo para contar historias. Esa época se acabó. El cine no es una novela en imágenes ni pasa por la manipulación de las emociones del público. Su objetivo no es educar, ni entretener, ni menos aún generar sentimientos de culpa en el espectador. La mejor forma de cine es aquella que plantea interrogantes al espectador. Los cineastas deberían ser capaces de entrar en la mente de los espectadores e implicarlos en su tema. El cineasta solo puede suscitar interrogantes, quedando para el propio espectador encontrar las respuestas: para ello debe naturalmente concedérsele la oportunidad de reflexionar y completar así él mismo la parte inacabada de una obra. Tanto el cine como las demás artes deberían socavar la forma de pensar de sus espectadores para hacerlos rechazar los viejos valores y abrirse a los nuevos. Al principio yo creía que apagaban las luces de los cines para ver mejor las imágenes en la pantalla, pero luego he observado con más atención a los espectadores, sentados confortablemente en sus butacas, y he llagado a la conclusión de que hay una razón mucho más importante: la oscuridad permite a cada espectador separarse de los demás y permanecer solo, estar junto a ellos pero a la vez mantenerse aislado. Para un cineasta, como para cualquier espectador, la verdad no se halla al margen de las convenciones cinematográficas, pero al mismo tiempo éstas no se revelan necesariamente estables. El universo de cada obra, de cada película, no habla de una nueva verdad. Si el arte puede cambiar las cosas y proponer ideas nuevas, sólo es gracias a la libre creatividad de aquél a quien se dirige: el espectador. Entre el mundo artificial e ideal del artista y el mundo de su interlocutor existe un vínculo sólido y permanente. El arte permite al individuo crear su verdad conforme a sus deseos y sus criterios, le permite también rehusar cualesquiera otras verdades impuestas. El arte brinda a cada artista y a cada espectador la posibilidad de percibir mejor la verdad oculta tras el dolor y la pasión que la gente normal experimenta todos los días. Sólo gracias a la complicidad del espectador será viable el compromiso de un cineasta en su voluntad de cambiar la vida cotidiana. Pero aquél sólo es activo si la película crea un universo pleno de contradicciones y conflictos a los que él (el espectador) es sin duda sensible. Citaré aquí con placer una frase de Godard: “La realidad es una película mal realizada.” O incluso a Shakespeare cuando decía: “Somos la materia de nuestros sueños”, es decir, “nos parecemos más a nuestros sueños que a la vida que nos rodea”. El espectador completa su película a partir de nuestra “película a medio hacer”. Un centenar de espectadores puede así fabricar al mismo tiempo su propia película, una película que les pertenece y que se corresponde con su universo propio. Cito de nuevo a Godard: “Lo que vemos en la pantalla no está vivo; lo que sucede entre el espectador y la pantalla sí que lo está”. Creo que lo que quiere decir Godard es que cineasta y espectador comparten algo. Porque el espectador se revela atento y creativo sólo cuando el cineasta también lo hace. En ocasiones sucede incluso que el espectador termina por imaginar mejor la película que su creador. Yo creo en un cine que ofrezca más posibilidades y más tiempo a sus espectadores. Un cine a medio fabricar, un cine inacabado que se complete con el espíritu creativo del espectador y por el que , de golpe, obtengamos un centenar de películas. Es cierto que las películas sin argumento son acogidas tibiamente por los espectadores, pero no por ello hay que dejar de insistir en que una historia debe tener agujeros, casillas vacías como en los crucigramas, para que el espectador pueda rellenarlas. Como si fuera el detective de una novela policíaca, debe saber descubrirlas.
Como cineasta apelo necesariamente a esta intervención creativa: de lo contrario el cine y sus espectadores desaparecerán juntos. Las historias bien acabadas, que funcionan a la perfección, tienen un gran fallo: impiden la participación del espectador. En este segundo siglo del cine, el respecto al espectador como elemento inteligente y constructivo será inevitable. Pero para alcanzar tal objetivo, convendrá que nos olvidemos de aquella concepción del cineasta como dueño y maestro absoluto de su obra. Es preciso que el cineasta sea también espectador de su propia película. *Kiarostami, dixit (Alocución pronunciada en Paris, el 20 de marzo de 1995, en el coloquio, Le cinéma vers son deuxième siècle, tomado de: Abbas Kiarostami ed. Cátedra)
4 Comments
8/11/2022 05:27:37 am
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