Crítica de La vie d'Adele (Abdellatif Kechiche, 2013) por Libertad Gills Publicado en Cartón Piedra el 14 de abril de 2014 La vie d’Adèle, ganadora de la Palme D’Or del Festival de Cannes 2013, basada en la novela gráfica Le bleu est un couleur chaude(1),de Julie Maroh, empieza con un homenaje a la literatura y al valor de la educación. Estamos en una clase de literatura en la que los estudiantes están concentrados leyendo el libro La Vie de Marianne, de Pierre de Marivaux. El profesor les pregunta: “¿Qué sientes cuando te enamoras a primera vista? ¿Qué sientes cuando sigues caminando, a pesar de esta atracción, sin haber conversado con el objeto tu deseo?”. “Arrepentimiento”, responde un estudiante. Adèle, de 17 años, se queda pensativa. Aún no tiene respuesta porque nunca ha sentido un coup de foudre -el literal golpe de locura que es ese primer amor juvenil. En poco tiempo su vida cambiará para siempre: conocerá a una chica de pelo azul, quien se convierte en el objeto de su obsesión amorosa y el punto de partida de su educación sexual y emocional. Desde el principio, comenzando por el mismo título, La vie d’Adèle, entrelaza el arte (la literatura, en este caso) y la vida – la de sus personajes y por extensión, también la nuestra. Emma con su cabello azul enciende la chispa de la libertad de Adèle. El lenguaje cinematográfico (al igual que el de la novela gráfica) es, después de todo, un lenguaje visual. ¿Y qué mejor manera de atrapar nuestra mirada que ese cabello azul? Aunque podría haber sido otra persona, y el énfasis no cambiaría. El punto crucial no es Emma, ni es la representación de una relación homosexual; el punto es una mujer joven y su liberación sexual a través de una intensa relación de amor.
En términos narrativos, la película no difiere sustancialmente de las famosas historias de amor. La narrativa sigue las etapas tradicionales: atracción, amor, ruptura, y lo que viene después. Cuando Emma dibuja a Adèle, quien posa desnuda con un cigarrillo en la boca, pensé en la famosa escena entre Jack y Rose en Titanic. El contenido narrativo de La vie d’Adèle no es lo más interesante, a pesar de tener varios elementos que serían muy poco probables en el cine Hollywoodense: el goce de la comida (algo tan francés, como aquella inolvidable escena en Touchez pas au grisbi ,1954, en la que el gánster representado por Jean Gabin se sienta a comer queso y a tomar vino tinto), el enfoque en la literatura y las artes plásticas, y la participación de la protagonista en manifestaciones políticas en las que canta apasionadamente ‘On lache rien’, canción del grupo francés de la comunidad urbana de Lille (donde vive Adèle) -que es el himno de la campaña del candidato presidencial Jean-Luc Mélenchon del Frente de Izquierda en 2012. Estas escenas políticas y sin remordimientos en las que la militancia se vuelve sinónimo con la sensualidad y la libertad de la juventud probablemente serían eliminadas en la reescritura de cualquier guión de Hollywood. Más llamativo que el sujeto es el estilo visual: los planos cerrados de la cara de Adèle, la manera en que la cámara la sigue y la observa mientras duerme, come y hace el amor. Y más notable aún es la naturaleza de las actuaciones, no solo de las actrices principales (ambas magníficas, especialmente Adèle), pero también de los demás actores (los estudiantes del colegio y los padres). La escena en la que los estudiantes atacan a Adèle con acusaciones homofóbicas es particularmente fuerte; es tan sólida nuestra identificación con Adèle que es imposible no sentir que somos nosotros los que estamos siendo agredidos. La tensión entre los personajes crece a través de una edición impecable que entreteje de manera muy fluida las miradas, las reacciones, las inseguridades, los pensamientos, los silencios entre las palabras, las sonrisas adolescentes y los llantos despreocupados. Las 3 horas de duración -que en una película como Wolf on Wall Street me parecieron interminables- aquí resultaron todo lo contrario. La belleza y la poesía de las imágenes permiten disfrutar de cada instante de esas 3 horas. Las emociones que capta la cámara de Kechiche parecen sinceras, gracias indudablemente a una metodología de trabajo particular. El resultado es que ambas, Adèle y Emma, parecen existir tanto dentro como fuera de la pantalla. Son personajes de carne y hueso. Hacia el final, en la escena en la que Adèle, quien es maestra de niños pequeños, lee un libro con sus estudiantes (en un paralelo con el principio, cuando su profesor leía con ella, o cerrando el círculo), un niño lee las siguientes frases de Alain Bosquet: “El poema del poeta dice todo esto y muchas cosas más: no es necesario entender”. Esta frase lo dice todo. El cineasta es un poeta que dice muchas cosas, sin necesidad de que el espectador lo comprenda todo. El poeta nos hace sentir y tal vez, más tarde comprenderemos lo que hemos sentido. Me encanta la idea que un público conservador vea La vie d’Adèle y por un momento, tal vez, olvide que está viendo a una pareja homosexual. Observando la multitud de mujeres jóvenes con cabello azul en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara la semana pasada y la popularidad en discotecas a escala internacional de la excelente canción sobre amor obsesivo ‘I Follow Rivers’, de Lykke Li (parte de la banda sonora de la película), es tentador pensar que La vie d’Adèle ha tenido un impacto en la cultura joven (‘youth culture’). Quizás este impacto trascienda la moda. Por ejemplo, podemos observar que el cine ecuatoriano, este año tendrá 3 estrenos de películas de ficción sobre adolescentes y relaciones de amor homosexual. Algunos de estos realizadores estuvieron en Cannes para el estreno de La vie d’Adèle, quizás el impacto de esta película sea sentido en el cine de Ecuador. En su primera cita, Emma le cuenta a Adèle sobre cómo Sartre le cambió su forma de pensar y de verse en el mundo (‘la existencia precede la esencia’). Adèle no sabe mucho sobre filosofía pero compara a Sartre con la música de Bob Marley recitando la letra de ‘Get up, stand up’. Dice: “Un filósofo, un profeta, da igual”. Un escritor, un músico, un cineasta puede cambiar tu forma de pensar y de sentir como un individuo en la sociedad. De esto y más, reitera Kechiche, es capaz la creación y expresión artística. Al leer La vie de Marianne, el profesor le pide a Adèle que piense en lo que ella sería capaz de sentir en una situación dada. Poco tiempo después, su vida le da la respuesta. Kechiche revela la relación entre el arte y la vida, y la gran capacidad que tiene el arte para mostrarnos o enseñarnos algo de la vida. Adèle se enamora del libro como nosotros nos enamoramos de esta película porque aunque la vida suele superar la ficción, es a través de la ficción que, a menudo, logramos entender algo de la vida. En una entrevista con The Guardian en 2013, Kechiche afirma: “No quiero que la película se vea como la vida real. Quiero que sea la vida. Los momentos reales de la vida, eso es lo que busco”. ¿Cuál es la diferencia entre sentir una emoción gracias a una película (o un libro) y sentirla en la vida real? Por suerte, Kechiche no nos complace con una respuesta. Pareciera que para Kechiche, el proceso de creación de una película le da al actor una experiencia real, y es precisamente esa experiencia la que el actor le transmite al espectador.
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